Cubrir todas las necesidades de cada niño: el gran reto del sistema de protección
Hay que cubrir las necesidades de cada niño, las fáciles y las difíciles. Periodistas investigan el sistema de protección de menores (capítulo 3).
El punto de partida de la protección de la infancia son las necesidades infantiles, una asignatura común exigible a todos aquellos que intervienen en el sistema de protección: la sociedad en general.
Las necesidades básicas son aquellas que tiene todo ser vivo para seguir viviendo y que cualquiera puede intuir: la necesidad de sentirse abrigado, de tener alimentos…
“La cuestión se complica, afirma la psicóloga Elena Borrajo, cuando se descubre que no es suficiente sólo con cubrir estas necesidades básicas”. Los humanos pertenecemos a una especie en particular que tiene sus propias necesidades”.
“Esto se descubrió, apunta, durante la segunda guerra mundial cuando los niños huérfanos estaban en hospicios. Se cubrían sus necesidades básicas: se les daba de comer, se les daba abrigo, se velaba porque su salud fuera viable… y sin embargo, descubrieron que los chicos no lo eran. Muchos bebés o psicotizaban o no se desarrollaban de forma sana y muchos llegaban a morir. La mortandad por causas físicas se elevó mucho más de lo explicable”.
Es a partir de entonces cuando se empieza a barajar la posibilidad de que al ser humano no le llega con tener la necesidades básicas cubiertas.
“Una de las primeras necesidades que tiene un niño para desarrollarse bien es tener un cuidador: un cuidador principal, estable, permanente, con empatía. Normalmente ese cuidador suele ser el papá o la mamá, pero en el caso de que no puedan, alguien los ha de suplir para que el desarrollo de esa persona siga”.
Es el primer reto que afronta el sistema de protección
Además de dar de comer, de abrigar, de vacunar, hay que garantizar que los niños en su primera infancia tengan acceso a un adulto que les acompañe desde el afecto.
“El sistema de protección, explica Elena Borrajo, aún sigue aportando cuidados básicos pero le cuesta interiorizar que es un deber del sistema procurar que exista al lado de estos niños un adulto cercano, estable y emocionalmente receptivo al niño; esto no es ninguna novedad, está ya más que investigado”.
Este aspecto del cuidador de referencia es un tema especialmente importante entre los 0 y los 3 años. “El ser humano, comenta Elena Borrajo, no tiene muchas oportunidades de volver atrás; sí se puede aprovechando la plasticidad cerebral a esa edad, pero pasa menos hipoteca el no tener que hacerlo”.
A partir de los 3 años se desarrollan nuevas necesidades “pero tenemos que tener todos claro que o están cubiertas las anteriores o el niño no va a poder gozar de las siguientes”.
Las siguientes necesidades básicas que marca el desarrollo evolutivo son necesidades sociales, es decir, la necesidad de participar socialmente en algo, de formar parte de, en función de lo que nos inquieta a cada uno como personas. El propio desarrollo nos va marcando las otras necesidades: la educativa, la sexual…
La protección por sí misma no significa reparación
Científicamente está demostrado que los 3 primeros años en la vida de un niño son una joya en su desarrollo y que son irrepetibles. Tener carencias o privaciones tempranas a esa edad suponen un hándicap, una dificultad segura en el desarrollo posterior.
“El sistema de protección, afirma Elena Borrajo, tiene que integrar también que si no se interviene con un niño de 4-5 años que ha pasado por una infancia deprivada, negligente o sometida a maltrato activo, nos vamos a encontrar con un niño con dificultades; la protección por sí misma no representa reparación”.
“Si un niño de 0 a 3 años se ha puesto a llorar y se agota de llorar un día y otro porque nadie acude; o si acuden y lo zarandean; o si acuden y no reparan lo que le pasa, ésto deja una secuela en su desarrollo. Cuando ese niño tiene 6 años y lo vamos a proteger, nos vamos a encontrar con dificultades”.
“En este punto, concluye Elena Borrajo, ya no somos inocentes; es verdad que existen los milagros y las excepciones, pero legislar en función de excepciones y milagros no es muy conveniente para la Sociedad. Aquellos niños a los que las huellas no se les vean, qué alegría, pero como profesional tengo que decir que sí se constata el daño que hace la privación temprana de las necesidades. Un niño que ha sufrido de bebé es normal que a los 6 años no funcione en el colegio igual que los demás, que su emocionalidad sea más voluble, que no soporte la frustración, que se irrite con frecuencia, que no sea capaz de atender todo el tiempo que le correspondería por su edad evolutiva…”.
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