El doctor Braulio García Zamorano nos remite a un artículo Amigos y Enemigos invisibles, que habla de ciertas células, virus, bacterias, etc. en general microorganismos que no se ven a simple vista, pero en cambio, en determinadas circunstancias y situaciones, pueden causar enfermedades en el hombre de tipo infeccioso y cáncer; aspectos relacionados con estrés e inmunidad.
Si el estrés se mantiene durante mucho tiempo y se hace crónico, sin encontrar una salida airosa a las distintas situaciones que lo generan, provoca que la persona que lo padece permanezca atemorizada durante un tiempo superior al que el organismo puede esperar, y es cuando los mecanismos de defensa orgánica decaen, se vienen abajo y dejan la puerta abierta para contraer la enfermedad.
Las personas en esta situación se sienten cansadas, desanimadas, tristes, relatan sueños desagradables, se dejan de interesar por uno mismo, la familia, los amigos, los estudios, el trabajo, se olvidan de las cosas y les falta energía para seguir viviendo. Relatan dolores de cabeza, cuello, hombros, espalda, brazos y piernas; un dolor generalizado que no saben describir con exactitud acompañado de tristeza, depresión y angustia que los introduce en un túnel obscuro al que no le ven salida.
El estrés crónico, como ya dijimos anteriormente, disminuye la capacidad defensiva natural del sistema inmunitario o, lo que es lo mismo, las defensas del cuerpo; y esta tensión nerviosa que se experimenta, es el origen de muchas enfermedades, entre ellas, el cáncer, que tiene una inequívoca y sólida base bioquímica.
Es cierto que hay personas genéticamente predispuestas a padecer estrés crónico (una de cada diez), pero el medio ambiente en el que se desenvuelve el individuo es determinante de la mayoría de los casos, por lo que las condiciones de vida, higiene, trabajo y alimentación junto con los estímulos externos, determinan que el hombre sufra y enferme, o disfrute de la vida y tenga salud.
En este sentido, los factores socioculturales, instituciones, política social, educación, organización y eficacia administrativa, justicia, etc. tienen mucho que ver con la buena o la mala salud de la población, de manera que la vida buena debe incluir, como decía Platón, los conocimientos del tipo más verdadero. Y es curioso como Platón decía que el hombre que sólo se haya familiarizado con las curvas y las líneas exactas y perfectas de la geometría, y que ningún conocimiento tenga de las groseras aproximaciones a ellas que encontramos en la vida diaria, ni siquiera sabrá encontrarse a sí mismo.
Es de resaltar, por su elocuencia, el símil que establece Platón respecto al componente político-social de que «una vez echada ya así toda «el agua» en el recipiente se mezcla, plantéase la cuestión de saber cuánta «miel» habrá que ponerle. El «VOTO DECISIVO» en esta cuestión del grado del placer pertenece al conocimiento. Ahora que el conocimiento, según Platón, reclamará de suyo una afinidad con la clase de los placeres «verdaderos» y «sin mezcla»; pero, en cuanto a los demás, el conocimiento aceptará únicamente los que vayan acompañados de salud, espíritu sobrio y toda forma de bondad. Los placeres de la «locura y la maldad» son completamente inadecuados para que les quepa algún lugar en la mezcla».
El secreto de la mezcla que constituye la vida buena es, pues, la medida o proporción: donde ésta es descuidada no se da verdadera mezcla, sino embrollo, revoltijo, contrario a la felicidad y a la salud.
Siempre hemos oído decir que «la historia se repite», y si repasamos los libros VIII y IX de «La República» de Platón, seguro que nos convencerán sus argumentos.
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