Una carta para tí

Querido amigo, amiga: He decidido escribirte unas letras, exclusivamente para tí, para que sepas que te tengo en cuenta y que estás en mi pensamiento. Que cuando creas que no le importas a nadie recuerdes que a mí me importas...

Querido amigo, amiga:

He decidido escribirte unas letras, exclusivamente para tí, para que sepas que te tengo en cuenta y que  estás en mi pensamiento.   Que cuando creas que no le importas a nadie recuerdes que a mí me importas, además de a muchas personas más, y pienso sinceramente que el mundo en el que habitamos es así como es, bueno, malo o regular, de alguna manera porque estás tú,  y yo, y cada uno de nosotros, y todos los demás, y que seguramente algo lo podríamos mejorar.

No te sientas triste ni apesadumbrado por las cosas que te rodean, que no te gustan, después de todo esto que nos gusta o nos molesta es el producto de la libertad de la que cada cual disfruta, hace uso, abuso o alarde, y que siempre de algún modo condiciona nuestras vidas, las de los demás de nuestro  alrededor y muchas veces más allá.

Mira, te voy a contar una historia que a mí me la contaron como verdadera.  Eran una pareja de enamorados que se querían casar,  pero era mucha la pobreza y pocas las posibilidades de cambio a corto plazo; en esas circunstancias la gente veía Las Américas como la Tierra Prometida, de tal modo que el  joven le propuso a su amada embarcarse con él hacia el Nuevo Mundo; ella primero dudó  seguirle en la aventura pero ya decidida esperó noticias de última hora con la maleta dispuesta.   Esa carta que fue enviada de urgencia, en la que el novio le comunicaba que tenía los pasajes, que le esperaba en el puerto, y que si no acudía era señal de que no le quería lo suficiente como para emprender con él la vida, nunca llegó.  EL nunca volvió o no pudo volver, se deduce que formó una familia allende la mar mientras ella, descorazonada y creyéndose abandonada, hizo lo mismo en este lado del mar.   Veinte o más años después, desocupando carteras viejas de correos se encontró en un fondo, una carta que enviaron a su destinataria, naturalmente tarde para cambiar el rumbo de las vidas.   Las familias habían cambiado sus destinos.   Como consecuencia unos seres estaban felices de haber nacido;  no obstante, sin duda, hubo la inexistencia de una generación que no llegó a ser, que nunca existieron  por la negligencia o descuido de un cartero, algo impensado; la vida es así, un azar que nos bambolea y nos lleva ciegamente por sendas imprevisibles que no buscamos y es poco lo que se puede hacer para evitarlo.

Querido amigo, amiga, cuando yo era bien joven, en el planeta solo había en número la mitad de la población que hay hoy,  y muchos se han ido desde entonces sin pena ni gloria porque después de la muerte se acaba la pena y se marchita la gloria.   Supongo que la experiencia de lo vivido vale por lo menos un punto, y puedo decir con cierta autoridad: ¡que seas feliz! que no le pidas a la vida riqueza, ni el mejor coche, ni una casa llena de artilugios que pronto no vamos a poder usar por culpa del precio del recibo de la luz, ni demasiadas cosas bellas que no sirven para nada, solo para dedicarle nuestro tiempo en limpiarlas.   Que cada día que pase aporte algo bueno a nuestras leves vidas, algo de provecho. No tenemos tiempo, lo consumimos muchas veces en cosas de ningún valor que no nos  satisfacen, por tanto lo perdemos.   Ahora que se vuelve a valorar tanto el oro, piensa,  no hay oro que pague el tiempo perdido. En los tiempos que corren todas las pérdidas son posibles. Podemos perder la casa en la que vivimos, podemos perder el coche, hasta el  trabajo, pero si perdemos el tiempo ¡ay amigo!,  si perdemos el tiempo y nos amargamos por los traspiés y el caos que nos rodea cada día que pasa, perdemos algo de nuestra vida y  ¡eso sí que es grave!

Esto  siguiente es un cuento: Dicen que un viajero visitó una población muy bonita, llena de gente amable, que le acogieron con especial hospitalidad y, después de mostrarle todas las cosas bellas e interesantes del pueblo, al hombre le llamó la atención que en una loma resplandecía el cementerio con lápidas blancas y rodeadas de un verdor exuberante, todo muy bien cuidado.  Su curiosidad hizo que le llevaran hasta el lugar y le mostraran en detalle las tumbas.  El visitante se fijó en los epitafios.  “Aquí yace……fallecido a la edad de 25 años…”;  otro decía algo parecido: “…….muerto a la edad de 15 años, de treinta, de diez…”, poco más o menos todos así.  El hombre sorprendido preguntó. ¿Cómo es posible? ¿Qué problema hay en este lugar para que la gente muera tan joven?  Pronto salió de su error cuando supo cómo se contaban los años de vida.  Lo que estaba escrito en las lápidas era en realidad los años que de verdad contaban, o sea, los que habían sido felices.

La moraleja del cuento es: En lugar de contar el tiempo, hagamos que el tiempo cuente.

Con esto acabo. Para mí es un placer poderte escribir, y sobre todo que leas esta carta y recibas de ella lo que te sea de provecho, porque con esa intención te la he escrito. Que te cuides  y recibe mis mejores deseos para tí y los tuyos.

Lucía Vilches

P.D.

Que no te amarguen la vida.

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