Por Lucía Vilches
Los camellos se pasean plácidamente y vuelan las palomas donde había estado poblado de pequeños y grandes peces y el espacio celeste era de las gaviotas; hoy el paisaje es otro muy distinto. En el centro del desierto asiático se extiende una gran depresión de arena, que antes había estado cubierta por un importante mar, un oasis que daba vida y alegría a cantidades de poblaciones costeras que vivían de la pesca y del cultivo próspero en los humedales junto a las aguas semidulces de ese gran mar-lago. Ahora es un suelo desolado, arenoso, salitroso, reseco y contaminado que el viento transporta de aquí para allá en cientos de kilómetros, y que siembra de enfermedad y muerte a todas las poblaciones que no hacía mucho habían estado tuteladas por el mar y llenas de vida, con un comercio próspero de producción pesquera. Esa industria daba trabajo en la ciudad de Moynaq a 60.000 personas, con un puerto bullicioso que hoy yace a muchos kilómetros de la nueva costa, cada vez más lejos de sus barcos. Se dice que solo en el puerto de Muinik se hacían a la mar unos 10.000 pescadores, suministrando el 3% de la pesca anual soviética. Hoy esa ciudad queda a más de 30 kilómetros de la orilla más cercana y las embarcaciones varadas y desparramadas en la arena desértica, ofrecen un paisaje desolador, y más de 10.000 personas se han mudado de esta localidad. La poca agua que queda en un reducido espacio de lo que fue el 4º mar interior más grande del mundo, después del Mar Caspio, el Lago Superior (América del norte) y el Lago Victoria en África, llegó a ser una pequeña masa de agua con una concentración de sal más del doble que la de los océanos, esto ha matado a los peces y ha ocasionado la desaparición de 24 especies de agua dulce. Lo que un día fue la costa de un bello mar azul retrocedió 95 kilómetros, dejando ciudades fantasmas de edificios vacíos, y barcos abandonados.
En los años cincuenta se dice que el Mar de Aral era tan fructífero que daba unos cuarenta y cinco millones de kilos de pescado para consumo. Este mar natural ciego, de agua salada en medio del desierto, con una isla central, pero nutrido de forma generosa por los dos grandes ríos, el Amu-Daria y el Syr-Daria que a la vez reciben el agua de los glaciares de las montañas de Afganistán y Kirguizistán, hacían de esta zona un paraíso marino con un litoral lleno de humedales donde se daba muy bien el algodón, frutales y arroz.
La generosidad de la tierra despierta la avaricia y el anterior Estado Soviético, para aumentar la producción de algodón, desvió de forma indiscriminada las aguas de esos dos grandes ríos. Mucha gente se desplazó para atender esa nueva industria. Mientras se regaban nuevos campos, el mar se secaba a pasos agigantados. Los canales nuevos no se sellaron, de manera que una gran parte del agua fue absorbida por el suelo arenoso y las grandes cantidades de pesticidas para fumigar los campos y los fuertes herbicidas arruinaron profundamente el suelo. Los millones de toneladas de arena salitrosa que el viento lleva, desde los 28.000 kilómetros cuadrados de fondo marino desecado, forman inmensas tormentas que cuando caen en forma de agua o polvo lo contaminan todo de elementos tóxicos muy nocivos para la salud; esa agua penetra hasta las raíces de lo sembrado causando una hecatombe ecológica que ha resultado en la extinción de más de ciento setenta especies animales, apenas quedan cuarenta. El mar, como tal ha desaparecido. La tierra que sobreexplotaron está arruinada, la gente se está envenenando con el agua contaminada que se filtra a los pozos de agua de beber que contienen sustancias tóxicas. Abundan casos de niños con malformaciones de nacimiento. Proliferan enfermedades hepáticas, renales, muchos casos de cáncer y mortalidad infantil. Cada mal ha superado al anterior. Primero la ruina del mar, luego la fauna, la agricultura, la misma tierra y por fin a la población, el clima ha cambiado haciéndose extremo en frio y calor.
La intención fue producir más alimento para la gente, pero el resultado fue una catástrofe más que ecológica, la cual según William S. Ellis, redactor de la revista National Geographic, quien testimonió de primera mano los hechos, dijo que lo ocurrido “era paralela o comparable al desastre atómico de Chernóbil,” hubo quien apostilló “diez veces peor”.
Se está intentando recuperar el mar y su esplendor de antes y para eso se ha fabricado en el Mar de Aral del Norte un dique que impide el paso del agua de los ríos hacia los canales de riego. De nuevo las aguas fluyen y aumentan poco a poco, pero el mar de Aral del Sur, por cuestiones económicas, está destinado a desaparecer por completo. En el 2006, y a pesar de tanto error humano, las aguas dulces están regresando y con ellas la alegría de las aldeas, la pesca ya casi olvidada desde hace 40 años, cuando el dirigente ruso decidió cambiar el cauce de los ríos de forma irracional, se está abriendo camino. 600 pescadores sacan del mar de nuevo mil toneladas de peces anuales desde el 2006. Trabajar a favor de la naturaleza es cuidar a la gallina de los huevos de oro y dejar una verdadera herencia a las generaciones siguientes.
Hay muchos detalles importantes en este relato sobre el Mar de Aral de los cuales no se ha hecho referencia, pero basta con lo aquí escrito para darnos cuenta de que la humanidad no teme a las plagas apocalípticas de ningún tipo, ella sola se basta para idearlas, fabricarlas y experimentar con ellas*.
*Exxon Valdez (Alaska), Prestige (Galicia), Petrolera BP (Golfo de México), Chernóbil (Ucrania) , Fukushima (Japón), Napal. Guerra de bacterias. Armas nucleares. Proyectiles intercontinentales. Hiroshima y Nagasaki Cementerios nucleares terrestres y marinos. Contaminación masiva. Cambio climático .Destrucción de la capa de ozono. Desaparición de las especies. Desaparición de las abejas. Enfermedad de las Vacas Locas. ¿Transgénicos? El D.D.T. La Talidomida, etcs.
Y a saber cuántas plagas más verán nuestros ojos.