Benedicto XVI: casi ocho años gestionando el Estado de la Ciudad del Vaticano
El 19 de abril del año 2005 el Cardenal Ratzinger fue elegido Papa, tras la muerte de Juan Pablo II. El 11 de febrero del 2013 ha anunciado que renuncia al papado, por el bien de la Iglesia. En realidad pensó en renunciar desde el día de su elección. Al ver que salía su nombre en muchas papeletas rezaba con intensidad: “¡Señor, no me puedes hacer esto!”. Se sentía anciano y agotado. Había sufrido dos ictus, llevaba un marcapasos, y no contaba con este nuevo encargo de Dios. Sin embargo aceptó la responsabilidad y se puso en manos del Espíritu Santo. Comentó a los cardenales que iba a ser un pontificado corto, y en “Luz del mundo” había respondido a Seewald : “Si el Papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con las tareas de su cargo, tiene el derecho y, en determinadas circunstancias, también el deber, de renunciar”. Y aunque es pronto para hacer un balance completo de Benedicto XVI ya podemos afirmar que ha sido un auténtico gigante en muchos frentes intelectuales, doctrinales y espirituales.
Amor. Su primera encíclica ya nos recordaba que “Dios es amor”. Dios nos ama y nosotros podremos amar con ese amor a los demás: es la “Revolución del amor” que propone el Papa al mundo, para solucionar los graves problemas humanos y promover la paz y la justicia.
Fe y razón. Una gran preocupación del Papa fue la defensa de la verdad y la razón. Fe y razón no se oponen: el Cristianismo es la religión del amor y la verdad. Tras las encíclicas sobre el amor y la esperanza, escribe otra sobre la verdad, “Caritas in veritate”, donde explica que la verdad sin amor se seca; y el amor sin verdad degenera en puro sentimentalismo y arbitrariedad. También denuncia en numerosas ocasiones la “dictadura del relativismo”, muy extendida en occidente, que rechaza la verdad y lleva al totalitarismo. Con el deseo de llegar a todos sugiere nuevas iniciativas como el Atrio de los gentiles -para dialogar con intelectuales- o el Año de la Fe, para revitalizar la fe de los católicos y ofrecerla con toda su belleza al mundo.
Belleza. Con frecuencia el Papa habló sobre la belleza: “El Logos no es sólo una razón matemática: el Logos tiene un corazón. Es también amor. La verdad es bella. La verdad y la belleza van juntas: la belleza es el sello de la verdad”. Él siempre amó el arte y la música, que también cultiva personalmente. No ignora sin embargo tantos problemas y suciedad en el mundo–“es como si el maligno quisiera ensuciar siempre la creación para contradecir a Dios y para hacer irreconocible su verdad y su belleza”- pero la victoria final es de Dios. El mundo creado, con su belleza, refleja a Dios, y tenemos que cuidarlo. Un momento fundamental para expresar la belleza y el misterio es la Liturgia, donde se produce el encuentro sacramental de Dios y los hombres, que llena de vida a toda la Iglesia.
Humildad. Siendo un gran intelectual, de gran sensibilidad, el Papa ha sabido escuchar a todos, con prudencia y humildad para desarrollar su trabajo. Con delicadeza y sabiduría abordó temas difíciles y actuó con fortaleza para suprimir abusos o tomar decisiones importantes, por el bien de la Iglesia. Sus 23 años como Prefecto de la Fe y sus estudios de Teología le habían dado un conocimiento profundo de los problemas actuales de la Iglesia y del mundo que facilitaba poder resolverlos.
Benedicto XVI, un gigante del siglo XXI, se retira a orar, pero su vida y su obra seguirán iluminando para siempre la inteligencia y el corazón de los hombres…
Gloria Solé Romeo Historiadora 24/II/13