A buen seguro que muchos de cuantos lean el artículo del
presente mes se han planteado en algún momento esta pregunta. Quienes ya
tenemos cierta edad, aunque todavía somos más bien “jóvenes” pese superar
sobradamente la barrera de los 50, hemos visto el cambio experimentado en
nuestra sociedad a lo largo de estos años, y asistimos con inquietud y
verdadera preocupación al vuelco producido en la escala de valores, a entender
la inmediatez como la forma más válida para obtener cuanto deseamos, a la
ausencia de todo tipo de sentimientos de culpa, y al abandono paulatino de la responsabilidad,
el esfuerzo, la honestidad, el compromiso, la dedicación, la coherencia y el
respeto como ejes fundamentales de nuestra vida.
Una sociedad es más rica cuanto más puedan aportar los
ciudadanos que la integran. Hablamos de riqueza en todos los aspectos, en lo
humano, pero también en lo cultural y en lo ético. Sin embargo algunos de
nosotros contemplamos confundidos como la manipulación ejercida desde distintos
ámbitos es capaz de mantener aletargados a multitud seres humanos hasta el
punto de anular literalmente su personalidad, para convertirlos en robots que
cumplen fielmente las órdenes lanzadas desde el propio sistema sin ningún tipo
de cuestionamiento. El resultado es el que todos conocemos, un colectivo
ciudadano sin identidad ni criterio propio, incapaz de analizar las propuestas
que se le plantean, y que no duda en unirse sin rubor alguno a cualquier tipo de moda que se le ofrezca,
ya sea esta de índole moral, sexual, de comportamiento social y un largo etc.
Vivimos en el mundo de los derechos, de las garantías, de las
presunciones, de las libertades, del progresismo (Todavía no consigo descifrar
su significado o el que algunos políticos quieren darle) pero también del
exceso de buenismo, concepto que por cierto está a un paso de la insensatez. Se
habla bien poco de los deberes, de las obligaciones, de todo aquello que
tenemos que cumplir previamente para ganarnos, cuando menos moralmente, todos
los privilegios de los que disfrutamos, porque de lo contrario nunca seremos
capaces de valorarlos. Mi experiencia personal y profesional me ha demostrado
con el paso del tiempo como los peores ciudadanos se aprenden con suma rapidez
todo lo positivo que les brinda el entorno social en el que viven, mientras
obvian por completo todo cuanto tenga que ver con arrimar el hombro y con colaborar solidariamente en beneficio del
bien común.
En mi opinión debemos evaluar todo lo que hemos conseguido
hasta el momento como país, pero también la gran cantidad de errores que
estamos cometiendo. No podemos hipotecar nuestro futuro lanzando mensajes
equivocados basados en la picaresca y en
vivir del cuento, porque cada vez serán más los que se unan a esta causa.
Traslademos a las generaciones venideras que nada se regala y que todo exige
del trabajo oportuno, pero también que nunca dejen de ver el tesón de todos
cuantos les antecedieron por dejarles un mundo cada vez mejor.
Finalizo este artículo con esta afirmación del que fuera escritor, economista y humorista canadiense Stephen Leacock: “Soy un gran creyente en la suerte, y creo que cuanto más trabajo, más suerte tengo”
Ángel Cabezas