Alrededor de 34.000 niños se encuentran bajo tutela de la Administración en España. De ellos, 20.000 han sido acogidos por familias y otros 14.000 viven en centros de acogimiento residencial. (datos septiembre 2018). La Asociación Estatal de Acogimiento Familiar (ASEAF) advierte del derecho de todos estos niños a crecer en una familia que les aporte afecto, calidez, protección y seguridad, así como una vida familiar normalizada.
Numerosos expertos recomiendan el acogimiento familiar como alternativa preferente ante la retirada de la tutela de un niño, especialmente cuando se trata de menores de 6 años (Rivero et al, 2006, Montserrat et al, 2013, Bick et al, 2015). Estos y otros muchos estudios señalan las ventajas que esta medida tiene para el menor: desarrollo de vínculos afectivos estables, sentimientos de seguridad y apoyo, atención individualizada, desarrollo de relaciones familiares y sociales normalizadas, mejor autoconcepto, aumento de oportunidades educativas, y un ambiente reparador de déficits.
La institucionalización genera consecuencias adversas en los niños: retrasos en casi todas las áreas del desarrollo, trastornos de vinculación, trastornos de conducta e hiperactividad (Nelson et al, 2011). En estos niños se han observado retrasos cognitivos, de lenguaje, psicomotores, dificultades de aprendizaje, trastornos de conducta, trastornos psiquiátricos, problemas emocionales, hiperactividad, y respuestas alteradas ante las relaciones afectivas, como rechazo, frialdad, falta de respuesta o respuesta exagerada (Bick et al, 2015). En los centros de acogida, los referentes adultos de los niños son los educadores o psicólogos, que tienen turnos laborales, bajas laborales o traslados de puesto de trabajo, por lo que establecer un vínculo es más complicado. Por todo ello, la Ley del Menor y la Ley de Protección a la Infancia recomiendan el acogimiento familiar como opción más favorable para los menores.
Sin embargo, 14.000 niños y adolescentes continúan en centros residenciales.
Entre las razones, las entidades especializadas en infancia señalan la falta de cultura de acogimiento familiar que existe en España, el desconocimiento de esta figura, y los temores de algunas familias ante la opción de acoger, por lo que son pocas las que se ofrecen para ello, en relación con la cantidad de menores que necesitan crecer en familia. El Defensor del Pueblo en su informe 2017 ha pedido que se incentive el acogimiento familiar para los menores tutelados. Desde la Administración se han impulsado campañas de sensibilización para dar a conocer esta figura, como la campaña Se buscan familias. Algunas organizaciones también promueven el acogimiento familiar, como ASEAF, Diagrama, Familias para la Acogida, o Márgenes y Vínculos.
Existen varios tipos de acogimiento familiar. Según la vinculación con la familia acogedora, el acogimiento puede ser en familia extensa (con abuelos, tíos u otros familiares) o en familia ajena. Según la temporalidad, el acogimiento puede ser temporal o permanente. Si la finalidad es terminar en adopción, hablamos de acogimiento preadoptivo. Según el tipo de intervención necesaria, hablamos de acogimientos de urgencia, acogimiento especializado (cuando uno de los miembros de la familia dispone de formación específica para atender a menores con necesidades especiales, requiere plena disponibilidad y se percibe una compensación económica) y acogimiento profesionalizado (cuando además de formación específica, existe relación laboral entre el acogedor y la Administración).
Las familias interesadas en acoger a un niño o adolescente, han de someterse a un estudio psicosocial y acudir a un curso de formación para recibir preparación específica sobre las características de los menores, las posibles dificultades y cómo abordarlas y para realizar una reflexión sobre las motivaciones de la familia para acoger.
Los menores que llegan a una familia acogedora tienen a sus espaldas una trayectoria compleja. Muchos de ellos han sufrido diversas formas de maltrato físico o psíquico, negligencia o abusos sexuales. Algunos de ellos pueden mostrar dificultades debidas a su historia vital: problemas relacionales, de conducta, hiperactividad, déficit de atención, conductas de imitación de los abusos sufridos o problemas de desarrollo. También las familias pueden presentar dificultades: estrés y sobrecarga, insatisfacción con el acogimiento, expectativas excesivas respecto a la evolución del niño, dificultades para la resolución de conflictos, atribuir todos los problemas a las características del menor o tener dificultades para revelar al niño su verdadera historia.
Por todo ello, la formación y preparación de las familias acogedoras es esencial para el éxito del proceso. Algunas Comunidades Autónomas cuentan con servicios de apoyo familiar. La Comunidad de Madrid dispone de tratamiento psicoterapéutico para menores y familias acogedoras. Algunas organizaciones, como Márgenes y Vínculos, ofrecen apoyo profesional (trabajadores sociales, psicólogos y asesores jurídicos), que proporcionan apoyo, acompañamiento, orientación, atención individualizada, formación, grupos de apoyo, y teléfono de apoyo 24 horas al día 365 días al año.
Pese a que el acogimiento familiar suele ser lo mejor para la mayoría de los menores, existen casos particulares en los que podría estar indicado el acogimiento residencial. Jóvenes cercanos a su emancipación, menores que prefieren el acogimiento residencial (por miedo a una nueva experiencia traumática en una familia), jóvenes con trastornos de conducta graves, jóvenes con dificultades graves de adaptación al medio familiar o menores con trastornos del apego. El acogimiento familiar suele ser lo idóneo y permite a los niños crecer en la calidez y seguridad de una familia. Pero como siempre, cualquier medida que se adopte ha de ser siempre individualizada y tomar en consideración la historia, características individuales y sentimientos del menor.
En la página de la Asociación Familias para la Acogida encontramos algunas historias de vida de familias acogedoras con niños.
“Estoy contento con la resolución de adopción por lo que implica de estabilidad para la situación de Carmen. Por ella y también por nosotros. Pero sinceramente te digo que no me supone un motivo de especial alegría. Los niños ya son todo lo “míos” que pueden ser, ya les llevo en el corazón para siempre, aunque tuvieran que volver con su madre (…). Un día no me lo pude callar y le dije que un juez nos había preguntado si la querríamos para siempre y que le habíamos contestado que sí, que la queremos mucho y para siempre.”
“Ayer una profesora del colegio de mis hijas se asomó al carrito de bebé que llevaba y me dijo: “¿Pero ésta es otra?”. Claro, le respondí sonriendo “Es que me la han cambiado”… fue el inicio de un diálogo que me suele pasar con relativa frecuencia y donde las preguntas más recurrentes suelen ser: ¿Es dura la acogida? ¿No te duele separarte de ellos?”
“¿Por qué alguien puede llegar a plantearse este tipo de acogimientos? Hay más de una razón, pero entre ellas destacaría su gran atractivo. ¿Acaso hay alguien que no desee ser querido así, sin ninguna pretensión, sin esperar nada a cambio, con total entrega, en todos los momentos de su vida, los buenos y los malos, es decir para siempre? (…). Ahora, después de casi dos años, compruebo que esa intuición inicial era verdadera y que frente al dolor y desgarro real que supone la separación, el vértigo ante la siguiente acogida, o el sacrificio que conllevan, solo prevalece un profundo agradecimiento por su presencia entre nosotros, por su existencia, porque se nos han dado”.
“Uno desea lo mejor para estos niños (que tienen vidas bastante complicadas), pero tienes que ir aprendiendo y aceptando que en tus manos no está el poder resolvérselas, sino solo acompañarles en ese breve tramo de su existencia, quererles y que experimenten ese abrazo real y de gratuidad que todos necesitamos para poder ser felices. Sin cálculos ni medidas. En esto consiste nuestra misión, en permanecer a su lado en ese momento delicado de su corta existencia, en transmitirles lo preciosas que son sus vidas y cómo nos alegramos de que estén con nosotros. Y esto, aunque son tan pequeños lo captan perfectamente porque solo hay que ver cómo llegan y cómo se van”.
También en Familias para la Acogida encontramos el testimonio de una joven que fue acogida a los 14 años y estando embarazada de 6 meses.
“Me gustó la idea de poder vivir en una familia de acogida en vez de un centro. Empecé a vivir con ellos a partir de mayo del 2008, yo ya estaba de seis meses de embarazo. Los meses pasaron y llegó la hora de dar a luz. María me acompañó en el parto y Rafa estaba afuera esperando noticias. Sheila nació el 21 de agosto del 2008 a las 23:45 horas. Fue la experiencia más bonita que he tenido. Sheila fue creciendo y yo seguía estudiando. Con mucho esfuerzo conseguí sacarme la secundaria. Comencé a estudiar un grado medio de administración que me gustó mucho y tuve mis primeras prácticas laborales. Este año, de nuevo, estoy estudiando la prueba de acceso, ilusionada preparando las tres asignaturas en una academia. Para mí fue un bien ser acogida (…). Ahora tengo dos padres y dos madres, eso es un privilegio y los quiero mucho. Nació Sheila mi hija, que es lo mejor que me ha pasado en mi vida, a pesar de que fue una decisión difícil para mí. También poder seguir con mis estudios, a lo que mis padres de acogida me han ayudado mucho. Por otra parte, esto también ha sido un bien en mi relación con mi madre y con mi padre, que antes no era del todo buena y ahora ha mejorado mucho. Por la experiencia que yo he vivido me he dado cuenta de la importancia que tiene que existan familias que sean capaces de acoger niños que no pueden estar con sus familias biológicas para cuidar de ellos y ayudarles a crecer”.