La noche es larga y las almas, rendidas, duermen bajo el influjo del somnífero que turba la razón. La esperanza está cubierta por el musgo de la lluvia poluta que cae sin parar. Nubes negras, espesas como cemento que no dejan pasar la luz. El moho crece sobre las colinas de vasijas rotas, trampas por donde se deslizan los pies que buscan cobijo en montañas artificiales. Una humanidad laxa, embutida entre la indiferencia y la angustia del tiempo. Mientras tanto permanecen en las barricadas los anhelos infructíferos de los defensores de la razón, los ejércitos de los “inliberados”, violados por el implacable dominio, el brazo de hierro que aplasta con el solo propósito de hacer prevalecer un sistema caduco y corrupto destinado a la disolución.
La verdad, el honor, la honradez, la honestidad, la tolerancia, el respeto,... todos juntos yacen en una fosa común abierta, donde brillan los cráneos de aquellos pensadores que en su día vislumbraron un mundo sobre el mundo lleno de amaneceres sin sobresaltos. Allí también se amontonan los esqueletos sin aliento de los que soñaron simplemente vivir, amar y compartir la quietud y asueto de la rutina diaria.
Parece no haber vuelta atrás, hasta los mares están furiosos, los ríos cubren las tierras, las cosechas se malogran y los brazos del que labora con afán se han debilitado, el fango lo cubre todo y en el horizonte siguen apareciendo nubes negras. Las vacas gordas están en los pesebres de los ricos y las vacas flacas se están comiendo el pan compartido de los pobres, mientras que los silos permanecen cerrados y controlados por los guardianes de los nuevos faraones. Estos son los mismos artífices de los males que causan todas las plagas.
Lucía Vilches - prosa poética (www/dosrosasblancas.com)